– [Narrador] Como molécula gaseosa, el azufre tiene un ciclo entre los ecosistemas atmosférico, terrestre y acuático. Una de sus formas, el dióxido de azufre, o SO2, entra al sistema terrestre desde la atmósfera, ya sea como débil ácido sulfúrico disuelto en la lluvia, o depositado directamente en un proceso llamado vapor seco. La erosión de las rocas que contienen azufre, por los levantamientos geológicos de sedimentos oceánicos, también lleva azufre al ecosistema terrestre. Desde la tierra, el azufre entra en la cadena alimenticia, mediante las raíces de las plantas, en forma de sulfatos, que consumen los heterótrofos, y se liberan a la atmósfera otra vez, como sulfuro de hidrógeno que producen los descomponedores al morir los organismos. El azufre sobrante de la tierra y las ventilas geotérmicas subterráneas llega al océano como residuo, donde se precipita hacia sedimentos en el fondo marino, o lo usan los quimioautótrofos marinos como fuente de energía biológica. La actividad volcánica y las ventilas geotérmicas también liberan azufre a la atmósfera, en forma de sulfuro de hidrógeno gaseoso, como proceso natural. Sin embargo, la quema de combustibles fósiles arroja una cantidad anormalmente grande a la atmósfera, que entonces regresa al suelo como lluvia ácida, que daña los ecosistemas.